Una aventura con tintes de locura, así es como definiría esta experiencia vivida en los comienzos de la pasada primavera. Y todo ello con un resultado final de plenitud difícilmente alcanzable en un futuro. Comencemos:
Miércoles 28 de marzo de 2007, Barrio de Sanchinarro (Madrid). Me levanto muy tarde y un pelín resacoso tras una fiesta con colegas ociosos la noche anterior. Mis cortas vacaciones acaban de empezar tras unos meses como vigilante ambiental en el Parque Regional del Sureste y recibo noticias de grandes nevadas en toda la zona norte de España. El mono que tengo de montaña y nieve es "desproporcionado" ya que este año por diversas circunstancias apenas he cogido altura. Decidido, me piro a la aventura, el caso es dónde. Pensando distraidamente me acabo decantando por un destino clásico: el Valle de Arán. No preparo nada: algún mapa y ropa de montaña, raquetas, mantas, cadenas, un par de cámaras cutres y algo de comida fácilmente asimilable por mi cuerpo. Ya tengo decidida la excursión: Montcorbison y Letassi, dos excelentes miradores a la cara norte del Pirineo más alpino. No termino de saber bien en qué condiciones me encontraré la ruta aunque supongo (y no me equivoco) que el metro y medio de nieve no me lo quita nadie.
Ale, todos (yo solito) al coche y muchos más de 600 kilómetros de serpiente alquitranada (en el mejor de los casos) por delante. Se me hace de noche en la carretera y consigo divisar una gasolinera que me surte de sandwiches y patatas de bolsa. ¡Hacia el norte!. Pronto empiezo a divisar las primeras manchas de nieve decentes en los campos y cunetas y mi ánimo se dispara. Enfilo el fantástico valle del Noguera Ribagorzana y las manchas blancas se convierten en manto; un manto que luce cada cierto tiempo iluminado por los claros estrellados de un cielo invernal. Cruzo el tunel de Vielha (en obras) decididamente acojonado como si un monstruo de garganta angosta me tragase. No era la primera ni la quinta vez que pasaba por aquel lugar pero nunca lo había visto de una manera tan "tétrica". Bajo a Vielha y una pregunta me asalta: ¿dónde me meto?. La radio vocifera en mi coche ante un calamitoso partido de España frente a Islandia en una "compostelana" noche mallorquina. Con dos cojones me decido por vivir una noche pirenaica a lo grande, de las que impresionan; me dirijo a la Artiga de Lin, una zona de otra época. Cruzo las callejuelas de Es Bordes y la nieve empieza a cubrir la calzada ("claro", pienso, "esto no se limpia"). No sin dificultades llego hasta un pequeño ensanchamiento y aparco el coche. Las hayas y los abetos me envuelven...¡¡Gol de España!!, Iniesta nos salva mientras la lluvia arrecia en Palma de Mallorca. Apago la radio, que apenas es audible entre tanta interferencia y me dispongo a dormir envuelto en las mantas. Imposible, los sonidos y el embrujo del Pirineo me lo impiden. Empieza a nevar debilmente... Valorándolo ahora desde la distancia, si alguien me lo hubiera preguntado en ese momento, mi respuesta hubiera sido clara: aquello era lo más parecido a la felicidad (¡qué equivocado estaba!). Caigo en un ligero sueño...
Jueves 29 de marzo de 2007, Artiga de Lin (Lleida). Me despierto antes del amanecer y sigue nevando débilmente a ratos. No ha sido un sueño, estoy allí rodeado de todo aquello sacado de un cuento de los hermanos Grimm. Desayuno un poco y me dirijo a la base del Montcorbison por Gausac. Hace frio, mucho frio, mucho más del que sentiría si hubiese dormido en una cama acogedora; pero no hubiera cambiado esa noche por nada del mundo. Trepo unos cientos de metros con el coche en dirección al maravilloso abetal de Baricauba (haberlo atravesado con un turismo normal desde la Artiga de Lin hubiera sido una locura con la cantidad de nieve congelada que había) hasta que la nieve me lo impide. Dejo el coche a unos 1000 msnm y me pongo "guapo" para la ocasión: a calzarse el traje de luces alpino. Me cargo la mochila y para arriba como los "isards". Sigue nevando a ratos y no hay huellas humanas recientes por los alrededores. Genial. Aquí empieza mi testimonio fotográfico:
Transitando a través del bosque, un estupendo abetal
La niebla se cernía sobre las copas de los abetos. Esta se supone que es la pista asfaltada que sube al lago de la Bassa d'Oles. Sólo tenía huellas de motos de nieve
Algunas bordas surgían en claros del inmenso bosque semienterradas en la nieve
Una vez superada la Bassa d'Oles y tras 600 metros de desnivel y una dura tarea entre la nieve, veo cómo el bosque se abre dejando paso a prados cada vez más abundantes. ¿He dicho prados? Supongo que es lo que habrá bajo este par de metrillos de nieve de nada. Ojo, que no engañe la foto, esta borda era inmensa y su puerta de entrada enorme (al menos así la recuerdo yo)
Abedules adultos semienterrados. Cambio de cámara; ésta aún más cutre.
Caminando entre las copas de los árboles. ¿Y los troncos? Buceando, supongo
Abetos jovenzuelos enterrados completamente y "pidiendo socorro"