El Sputnik hizo volar al mundo y cambió la ciencia
Hace cinco décadas que el hombre inició su partida desde la Tierra. Se sumó una competencia más a la Guerra Fría.El logro ruso fue una estocada al gobierno, pero también al pueblo y la ciencia estadounidenses.
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El viernes 4 de octubre de 1957, políticos, periodistas y científicos disfrutan de una recepción en el segundo piso de la Embajada de la U.R.S.S. en Washington D.C. (EE.UU.). La celebración cerraba seis días de conferencias acerca de los avances, protocolos y ciencia sobre los satélites con motivo del Año Geofísico Internacional.
Walter Sullivan escribía para "The New York Times". En medio de canapés y martinis recibe, un poco antes de las 6 de la tarde, una llamada (frenética) de su editor. De vuelta en la fiesta le comunica a Richard Porter, científico, lo que acaba de escuchar: ¡está arriba! (el Sputnik 1).
La siempre roja cara de Porter se vuelve morada. Tropieza con cuanto comensal hay (...el primer satélite hecho por el hombre está en órbita, y no es estadounidense; ¡es ruso!...) hasta encontrar a Lloyd Berkner, el delegado estadounidense del Comité Especial del Año Geofísico. Sin perder la compostura, Berkner pidió silencio a la concurrencia: "Quiero hacer un anuncio".
"Acabo de ser informado por The New York Times que el satélite ruso está en órbita a unos 900 km de altura. Me gustaría felicitar a nuestros colegas soviéticos por este logro", terminó.
Muchas caras palidecieron hasta casi perder cualquier atisbo de vida.
Había comenzado la "Era Espacial". El primer gran despegue de los pies del hombre desde la Tierra.
Los rusos habían ganado. Y se relamían de orgullo ("¿cuándo van a lanzar el tercero?", preguntaron a los estadounidenses cuando el segundo Sputnik estaba en el aire).
Los estadounidenses buscaban culpables y se desvivían por entregar explicaciones. La superioridad soviética era clara.
Dos nuevos términos aparecieron en el léxico de EE.UU. para medir el tiempo: antes y después del Sputnik.
En la página de la NASA dice que el Sputnik tuvo un efecto "Pearl Harbor" en la opinión pública estadounidense. Que además materializó una brecha tecnológica entre ambas potencias; una brecha que era automáticamente una amenaza.
Por esas razones, EE.UU. anunció en 1955 a los cuatro vientos su proyecto Vanguard.
Menos de un mes después del primer Sputnik, Rusia lanzó el segundo tripulado por Laika (el primer ser vivo en el espacio). El Presidente Eisenhower anunció un apresurado lanzamiento de prueba del Vanguard el 6 de diciembre de 1957.
El cohete se elevó de la plataforma menos de 2 metros antes de desaparecer tras las llamas.
Dos meses después el Vanguard llegaría más alto; 6 kilómetros antes de explotar. Finalmente orbitó la Tierra en marzo de 1958.
Las razones del fracaso o de este segundo lugar siguen borrosas. Un presupuesto acotado, sueños de grandeza (la idea era lanzar una red de 12 satélites), descoordinación entre la ciencia militar y la civil, y dos proyectos en paralelo (Vanguard de la marina y Explorer del ejército) son las causas más aceptadas.
Cada vez que los rusos fueron impelidos a revelar qué tan cerca estaban de lograr el lanzamiento reían y contestaban con evasivas: "pronto". Demasiado pronto para los estadounidenses.
Cosa de prioridades
Eduardo Díaz fue director del Centro de Estudios Espaciales de la U. de Chile. Estaba estudiando en la Universidad Técnica Federico Santa María, en Valparaíso, cuando el Sputnik llegó al cielo. "La gente se organizaba para verlo pasar, se supone que se vería al atardecer cuando el sol se reflejaba en él", recuerda.
Cree que el error de los estadounidenses fue no tener un solo programa unificado de trabajo y no darle la prioridad que le dieron los rusos.
Más que los propios satélites, la pugna estaba en la cohetería. Poner algo en órbita se traducía en tener la capacidad para lanzar misiles de largo alcance. En la ex U.R.S.S. se trabajaba en ello intensamente y hacía tiempo, pero en EE.UU. "existían los conceptos, pero no la capacidad", dice.
Díaz opina que estaba demasiado presente el fantasma de la guerra y los pacifistas se oponían a los desarrollos militares. "El despertar fue brusco, se dieron cuenta de que tenían que hacer algo y hacerlo ya", dice. Así surgió la NASA (ver recuadro).
En Chile ya se habían instalado dos estaciones de seguimientos de satélites en Santiago y Antofagasta. Finalmente igual "escucharon" al Vanguard, cuando éste logró despegar.
Sergei Korolev (luego de las celebraciones) se atrevió a decir en voz alta que había estado esperando toda su vida para esto. Fue el responsable de la hazaña rusa.
Estaba todo preparado. Los soviéticos trataban de olvidar los cinco intentos fallidos de las pruebas del cohete R7, que finalmente llevaría al Sputnik a los cielos y que es el padre del Soyuz de hoy (ése que sube y baja entre la Tierra y la Estación Espacial Internacional).
La sala de control estaba sobrepoblada. Felices vieron el limpio despegue. Pero luego vino la angustia. Nadie hablaba y se podían escuchar las respiraciones agitadas de los presentes. La estática se oía limpia y lejana en la radio. Hasta que un leve "beep, beep" interrumpió la letanía. ¡El Sputnik estaba transmitiendo en órbita!; el júbilo se desbordó de nuevo. Y Sergei Korolev lloró.
Nikita Khrushchev, el líder soviético, literalmente no dio crédito a la hazaña. Eso cambió cuando, al día siguiente, vio la reacción que el lanzamiento había provocado en el mundo entero y, especialmente, en EE.UU.
"Nunca pensamos que usted lanzaría el Sputnik antes que los estadounidenses, pero lo hizo. Ahora, por favor, lance algo nuevo al espacio para el próximo aniversario de nuestra revolución", le dijo Nikita a Korolev. Tenía menos de un mes para lograrlo.
Las instrucciones que Korolev dio a su equipo fueron: no hay tiempo para esquemas ni pruebas de calidad, sólo lo hay para seguir los propios instintos.
Lo lograron el 3 de noviembre.
El 6, celebraron el 40 aniversario de la revolución. Khrushchev aprovechó ese discurso conmemorativo para reforzar el triunfo. Según sus palabras los estadounidenses habrían nombrado Vanguard a su satélite como profecía de su superioridad. Pero fueron los satélites soviéticos los que mostraron realmente estar en la vanguardia.
Consecuencia
La Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) es una hija directa de la estela que dejó el Sputnik. El Congreso de EE.UU. consideró que había una amenaza latente. Un par de meses de discusión bastaron para que el 29 de julio de 1958 el presidente Eisenhower firmara el acta que fundó la organización no gubernamental que concentraría las investigaciones espaciales. La NASA empezó a funcionar el 1 de octubre de 1958 con cuatro laboratorios y 8 mil empleados.
Lo tenían todo
Terminada la II Guerra Mundial, EE.UU. inició una importación no tradicional: científicos alemanes. Wernher von Braun era el jefe de los expertos en cohetería que crearon el V-2 para el ejército alemán. Él, junto a un centenar de colegas, se alojó en los laboratorios militares estadounidenses. Bajo el alero del ejército, Von Braun desarrolló el misil balístico Redstone en 1953. En 1955, dos años antes del lanzamiento del Sputnik, el científico aseguró que su cohete podía poner un satélite en órbita. El gobierno no apoyó su idea con la prioridad necesaria; faltó financiamiento. Cuando ya habían sido derrotados por los rusos, los fondos aparecieron. El 31 de enero de 1958, el Explorer I llevó a órbita el primer satélite de EE.UU.
Histeria por falta de científicos
EE.UU. dio un giro e infló de dólares su cátedra.
No orbitar la Tierra primeros no sólo fue para los estadounidenses una cosa de orgullo. También se convirtió en un tema de la ciencia nacional.
Ante tanto cuestionamiento, una de las formas de superar el segundo lugar fue aumentando explosivamente la producción de científicos e ingenieros. Muchos creen que el Sputnik actuó como un catalizador.
En 1958 los congresistas votaron para el cambio; estaban en una carrera por el liderazgo intelectual. Por primera vez la ciencia estadounidense tuvo financiamiento federal de proporciones. Si en 1958 los préstamos para formar ingenieros ascendían a los US$ 47 millones, en 1962 bordearon los US$ 100 millones. Y aportaron US$ 300 millones en equipamiento para investigación científica.
Sólo en un año el país invirtió en investigación tres veces lo que había gastado en los últimos cinco. Y siguieron: ¡alcanzaron mil millones en cuatro años!
Esta megainversión no sólo fue puertas adentro. Enrique D'Etigny, ex presidente de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt), cuenta que muchos chilenos se vieron beneficiados con este boom.
EE.UU. quería generar una masa crítica de cabezas pensantes, y no veía problemas en que esas neuronas no fueran locales. D'Etigny dice que aunque no hay registros del número, muchos chilenos fueron a doctorarse en esa época aprovechando las becas para extranjeros.
"Había casos en que los programas tenían igual cantidad de alumnos estadounidenses que extranjeros. Incluso hubo un doctorado en minería que sólo tenía alumnos foráneos", dice.
Cree que no se puede decir categóricamente que el Sputnik fue un remezón para la ciencia estadounidense; más bien un golpe de atención a los fondos que se destinaban.
Tampoco estima que se pueda medir cómo ese efecto dominó afectó a Chile. EE.UU. puso muchos fondos afuera, con proyectos de investigación de las más variadas materias. A Chile llegaron varios.
Hubo un interés inusitado por las ciencias en todo el mundo. Si fue a causa del Sputnik o no, nuevamente no se atreve a aseverarlo. Cuenta que entre las décadas del 50 y 60 la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile pasó de tener 10 profesores de jornada completa a 200. Él otorga parte del crédito a Juan Gómez Millas.